jueves, 22 de octubre de 2009

El fantasma del conurbano bonaerense

Llegan en dos patrulleros. En fila corren al departamento 19 de la torre D. El primer hombre patea la puerta hasta tirarla abajo. Adentro los espera Washington Gustingorri, escondido atrás de un muro conformado por algunos de sus hijos. Los policías se detienen. Gustingorri asoma por un costado y empieza a lanzar, uno a uno, a otro montón de hijos, que, hechos bolita, impactan las caras de la primera línea de policías, rompiendo tabiques, mandíbulas y pómulos cantores. Otros cuatro chiquitos aparecen por el pasillo armados con navajas y cortaplumas y tajean los tendones de la segunda línea de policías, que cae al piso disparando al aire. El muro se desarma. Seis de los nenitos levantan la puerta de entrada y la llevan a la planta baja. Gustingorri en persona camina hasta al lado de los policías y presiona con una escoba el techo, que, debilitado por los tiros, se derrumba sobre los oficiales. Todos los hijos que permanecen en el departamento, conforman un paracaídas que Gustingorri ajusta a su cuerpo. Se lanza a la planta baja. En la superficie de la puerta, se ubican él y sus 29 hijos, de los cuales, tres empujan para dar arranque al vehículo y 7 conforman una vela. A gran velocidad, toman la autopista Buenos Aires–La Plata y se esfuman en el horizonte. Así huye, una vez más, Washington Gustingorri, el fantasma.

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