lunes, 12 de octubre de 2009

El genio de Aladino


Cuando el genio de Aladino entró a ese bar de Almagro, todos detuvieron la mirada en él. Nadie allí sabía de la existencia de ese tanque de Disney. Repararon en él por lo anómalo, por lo novedoso de sus características físicas. Es la fama, pensó. Se fue tranquilo hasta el fondo del salón, haciéndole, a la pasada, un gesto al mozo para que lo siga hasta su mesa y encargó un fernet mientras acomodaba la campera de jean en el respaldo de la silla.

En ese momento, el genio levantó la vista y percibió el desorden. El panorama, visto desde su mesa, era el siguiente: al lado de la puerta de entrada, un hombre llorando desconsolado; en la barra, ubicada sobre la pared izquierda, dos mujeres discutiendo; y, en la mesa contigua a él, seis hombres mirándolo y riéndose.

El genio terminó el fernet de un trago y se paró. Se acercó a las mujeres de la barra, que para ese entonces ya se estaban tironeando de los pelos, y les habló sereno. Al principio se resistían a escuchar consejos de un hombre azul, con un corte de barba cuanto menos desafortunado y antropoide, pero a los 3 minutos parecían sedadas, no solo no discutían, sino también se pedían perdón mutuamente.

Fue hasta la puerta, y, sin decir una nada, abrazó al llorón. Sacó un cuaderno del bolsillo trasero de su pantalón y comenzó a leerle anotaciones personales. De a poco el hombre cedió y dejó de llorar, alternando sonrisas. El genio lo acompañó riendo y dándole palmadas en los hombros. Le alcanzó un vaso de agua y lo guió hasta la barra, al lado de las mujeres.

Los tres, agarrados de la mano, le agradecían sin parar. Tanto que las palabras se trenzaban generando una unidad caótica.

Los seis borrachos de la mesa del fondo, miraban callados. Uno, el más viejo en apariencia, sentenció con un grito ronco: “¡Este tipo es un genio!”, y comenzó a aplaudir. Los otros lo copiaron de inmediato. El genio, interrumpiendo los aplausos, exclamó: “¿Este tipo es un genio? ¡Qué novedad!”. Dejó unos billetes en la barra y salió del bar despacio, acariciándose la barbilla.

El llorón y dos de los borrachos fueron hasta la vereda y lo vieron doblar por Lambaré.

A los pocos minutos, el mozo se paró arriba de la barra y dijo que quería leer en voz alta unas líneas que había escrito al “señor azul”.

Entró el señor azul
Al lugar donde yo trabajo
Entró y amansó las aguas
Hablando por lo bajo

Oh, señor azul, vaya a hablar con mi ex señora que no me deja ver a los chicos.


Se bajó de la mesa y aclaró: “A la última parte no le puse rima todavía”.

Todos lo aplaudieron fuerte.

2 comentarios:

Martín Telechanski dijo...

Que lindo que escribe este chico de color, aunque su color no es precisamente el azul!

Abrazo, negro, tele...

juan poquito dijo...

Gracias, Obi-Wan!

Hoy te voy a ver al konex.