lunes, 27 de enero de 2014

El oriental

Tenía los ojos amplios, la piel parda, tarareaba canciones y movía los pies. El flequillo daba cuenta de cierta rusticidad de carácter, pero la terminación volada le otorgaba la ingenuidad de un niño que redescubre paulatinamente las condiciones a las que lo somete el mundo. Aparecía esporádicamente por casa. Nosotros, una asentada caravana, estamos en contacto permanente. Nuestros destinos estaban enlazados de antemano. Fue el tiempo el que dio paso a que acontezca lo preestablecido. Pero el oriental era particular... Como un pájaro que se acerca a juguetear, al rato vuela, se pierde y desvela, planea haciendo dibujos, llenando el cielo de siluetas, conociendo nuevos pelajes. Habiendo atravesado patios y patios, habiendo incorporado cantos y cantos, produce una síntesis técnico-temperamental. Así era él. Cuando aparecía representaba la condensación de todas las aventuras que había vivido desde su última aparición.

Esa tarde estábamos amasando pizza y entró. Abrió la reja y vino para el fondo. Tenía dos botellas con jugo de manzana. Nos ofreció. Tomé un trago y sentí el dulzor como un canal expandiéndose a lo largo y a lo ancho de mi cuerpo. Preguntó si podía sumarse a la cena. Dijimos que sí. Preguntó si faltaba comprar algo y se ofreció para esa tarea. Hicimos una lista. Volvió a los cuarenta y dos minutos. Practicó la minuciosidad a la hora de elegir las verduras.

Prendí el fuego. El oriental se acercó y me alcanzó una reposera. Me preguntó si quería tomar algo. Un vaso de cerveza, dije. Volvió con un vaso dorado para mí y con uno tinto para él. Se sentó. Con una ramita empezó a golpear el caño de su reposera sugiriendo un chamamé. Con la boca imitó el sonido de un acordeón. Pablo, Luisa, el Tano, Joaco, Emilia, Tito e Inés, acudieron también al llamado del fuego.

Se hizo de noche. El cielo y los árboles se oscurecieron. Las pizzas salieron doradas y bien proporcionadas. Comimos en silencio. La mayoría tirados sobre una manta.

Haciendo la sobremesa, Luisa pregunta al oriental:

- Che, ¿es verdad que te decimos así, porque de chico, cuando reías amplio tu cara se transformaba en un monedero doble?

- No.

- Ah, yo creía que sí.

- Creías errada, Luisita.

El Oriental sacó un cigarrillo.

-
Que enciendan
que iluminen la conciencia
con su don

las flores
que habitaron
mi jardín

resplandeciendo
en un sudor
lleno de libertad.


Lo prendió. Cuando la punta estuvo naranja se lo dió a Luisa que lo pitó y lo echó a rodar. Uno a uno pasaron a sudar resplandecientes. El impacto del viento se tornó gozo. La mentes empezaron a flamear.

Tito y Emilia dieron lugar al canto. Inés los fue a acompañar. Sacó la guitarra, empezó a rasguear un ritmo deforme, de extraña tonalidad. Tito dijo que iba a cantarle a la noche a modo de saludo y nos invitó a participar, si lo creíamos oportuno.


- noche,
tu apertura,

en vos me arrojo
a buscar

cartas del futuro,

debilidad,

siento
que
en vos

puedo
encontrar
mi tonalidad
cromática

así como puedo
envenenarme
la piel

con tu fiebre
rapaz,

con la muerte
engulladora

en uno
de sus millones
de disfraces,

te pudre,

noche,

hoy,

conociendo
expectante
tu infinidad,

con respeto
te habito,

con devoción
te saludo,

en tí
voy a templar
mi ritmo

para sentir
un tiempo

que al reloj
le represente

un espejismo,
un holograma,

un fantasma,

que me habite
ese fantasma

y así
descansar

en tu negro
tronar.

aguuuuuuuuuu
aguuuuuu
aguuuuuuuuuuuuuuuu

uuuuuuuu

uuuuuuuuuuuuu


Ladró como un perro en reiteradas oportunidades, buscando la nota. Fue bajando el volúmen. Inés empezó a rasguear una chamarra. (Ella tenía la convicción que si su mente alcanzara la plena concentración el universo entero bailaría al son de sus uñas. Que por un momento todo se ordene a partir de su proposición). Del esmero se generó una ola sonora, y, sus amigos, desbordantes, llevaron el cuerpo en esa ola. El oriental sintió la energía erradiando de Inés. Cerró los ojos él también. Vio la espalda de una morena de trenzas. Una espalda contrastante del vestido celeste. Se movía lenta. Los homoplatos parecían haber adquirido independencia. Los músculos levemente activos y un bamboleo incesante. El oriental se paró, y, siempre con los ojos cerrados, se puso a danzar con el afán de acompañar dignamente a la morena de su pensamiento. Vio los pies. Descalza hacía un movimiento corto, casi imperceptible. Con la cadera marcaba golpes definidos. Punto y contrapunto cohabitando su cuerpo. El oriental se volvió digno de acompañar a la morena. Sus danzas se complementaban. ¡Qué lindo se lo veía al oriental! Como solo, pero tan acompañado. Los ojos de casi todos estaban posados en ellos. De pronto, el rasguido paró. La morena se deshizo, dejando en la cabeza del oriental un bordado celeste. Casi todos vieron el desvanecimiento de la acción. Inés respiró satisfecha por intentar generar una vez más el baile cósmico.


- ¿Te dicen oriental porque hacías Kung Fu cuando los demás jugaban al fútbol?- preguntó Luisa

- Nunca fui a Kung Fu y juego al fútbol regularmente.

- ¿Entonces por qué?

- Mi tio empezó con eso de oriental. Cuando era chico veraneaba con él en La Lucila. Todos los días me sentaba a meditar en la orilla del mar, o bien, adentro. Mi intención era dotarme de su energía imperecedera para andar aureático y salado. Ese tipo de gestos le llamaron la atención desde el principio. Cuando empecé a hablarle de la trascendencia del ego a través del pensamiento no dual, de la sílaba sagrada Om, del Ying-Yang, ahí corrió la bola que era oriental. El decía que a mí me había traído una grulla de Nepal. Un día sostuve: "Me agradaría ser un oriental en occidente, seguiría la naturaleza del principio superior: ser la gota de luz que habita toda oscuridad, o bien, el punto oscuro que habita toda luminosidad." A lo que mi tío respondió: "Al principio creí que eran delirios míos, pero sos tan oriental como las alfombras mágicas". Así seguí afrontando lo ilusorio, intentando ordenar armónicamente los elementos, tratando de ir más allá del mundo de los nombres y de las formas, añorando lo real como una esencia salvadora que va  a brillar en el centro del corazón por obra de la mente.

- Pensé que era por los ojos de monedero pero te trajo una grulla de Nepal- respondió Luisa.

Todos empezamos a cantar a coro.

- Oriental
oriental,

punto en la luz,
gota en la oscuridad,

oriental,
oriental,

llanto en la risa,
risa en el llanto,

oriental,
oriental,

luna en el sol,
sol en la luna,

oriental,
oriental,

silencio en la voz,
voz en el silencio.


Tito sacó un cigarrillo.

- Los invito a degustar el amor de mi jardín. Propone un ser servicial que otorgue los frutos al almacén de la comunidad.

Lo prendió y me lo pasó. Pité dos veces y lo pasé. Sentí mi conciencia expandirse. Inés agarró la guitarra sigilosa. Sonó un aire de samba. Música de sufrimiento y celebración. Tito y Emilia jugaron coros. Inés cerró los ojos. Fue a buscar su propia síntesis universal. La muñeca y el sentimiento empezaron a moverse más. Volcó su fe, creyó más y más. Súbitamente se llenó de paz. Abrió los ojos. Lo había logrado. Vio danzar al universo. Gozó ver las partes y la totalidad de las partes referenciándose en su muñeca, inundados del temperamento de la samba: el fuego y nosotros flameando coreografeados por del cielo, donde las estrellas montaban nubes, atravesándolo a lo largo y a lo ancho. El pasto estirándose y contrayéndose. Todos los corazones del mundo como maracas acorazadas preservándose del dolor. Los pensamientos dañinos volviéndose transpiración, evaporándose.

Inés fue bajando el volúmen lentamente... Para cuando hizo silencio, todos estuvimos sentados, en silencio, asimilando la experiencia... Todos menos el oriental. Había desaparecido. Nos debatimos si se había ido con la morena de su pensamiento o si lo había pasado a buscar la grulla.

Esa fue la última vez que lo vimos. Cada vez que nos juntamos a comer espero que aparezca. Pero eso no ocurre. Me invaden a la vez paciencia y desesperación. Siento a la vez congoja y entusiasmo. Ya va a aparecer, ya se mostrará representando la condensación de las aventuras vividas desde la última aparición.

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