viernes, 13 de junio de 2014

dijo:

la poesía
es testimonio

del pensamiento
subyacente

el revés
de lo aparente

la mirada
dislocada

la sincera
fusión

de todo
con todo

(
f
o
r
mas 
 ungüento 

sonidos


visiones 

aluci 
 naciones

sabios 

con
 tem
pla
t
i
v
o
s
)


vocación lúdica 
de lenguaje 

viaje introspectivo 



que verso 
tras verso 

sueña en el átomo 
la identidad del universo...

sentimiento 
que realiza, 

pensamiento 
que electriza, 

movimiento 
que envuelve, 

patria 
que me parió, 

familia, 

identidad 
mestiza, 

espejismo 
que hipnotiza, 

risa, 

pollo 
al horno, 

simiente, 

canto 
como río, 

curador, 

luz 
íntima 
del corazón, 

reservorio 
del creador, 

armonía 
latente, 

potencialidad 
elocuente, 

camino 
de paz

martes, 1 de abril de 2014

trenza melódica

hoy me levanté escuchando a Marley, tomando café, leyendo "La razón de mi vida". rodeado por las plantas y por la luz de la mañana.

- emancipate de la esclavitud mental, nadie más que vos puede liberar tu mente- dice Marley desde el colchón de la música.

- ascendé a los valores espirituales de los descamisados- dice Eva desde la recitación de su poesía.

- ¡Africa unida!- dice Marley -unámonos por el beneficio de nuestros chicos.

- los únicos privilegiados son los niños- dice Eva señalando una de las veinte verdades.

- hay una mística natural espolvoreada en el aire, si escuchás atentamente la vas a oir.

una prédica
enlazada con la otra,

una lengua
enlazada con la otra...

la belleza,

con la que hablan,
con la que actúan,
con la que sienten,
con la que cantan.

una prédica
enlazada a la otra,

entonces
me paro

y voy
y leo

a Gandhi...

- la devoción a la verdad
es la única justificación
de nuestra existencia- dice.

- en la violencia
quien más sufre
es la verdad;

en la no-violencia
la verdad
siempre
triunfa.

la prédica
de Gandhi
se enlaza
a las otras
dos

y se genera
una trenza

danzarina...

una trenza
musical

una trenza
melódica...

creo ver
la espiritualidad
del tercer mundo

en comunión
por un segundo

enfrente
del pensamiento

y puedo sentir
que le hablan
a lo mismo...

que nos instan
a amar,

a buscar
a Dios,

a cambiar
lo que tengamos
que cambiar

de nosotros
mismos

para no caer
en el abismo

del egoísmo,
de la vanidad,

de la mentira,
de la mezquindad,

y
los veo

felices,
sonrientes...

sometidos
a los mismos
flajelos,

conducidos
por los mismos
anhelos,

se los ve
tranquilos

con lo que son,
con lo que dicen,

no le pisan
la cabeza
a nadie,

le tiran salvavidas
a todo el mundo,

son honrados
ante Dios,

están llenos
de fe,

ganaron
la trascendencia,

osaron
la permanencia

y acá
están

haciéndonos
trenzas
en la mente,

enseñándonos
nuestra propia

riqueza
espiritual,

otorgándonos
la capacidad

de ver
más allá
de los filtros
de lo aparente...

que
esa trenza
se funda
en la conciencia
eso ya es ciencia
del corazón...


una barca

cuando escribo siento que construyo una barca
a la que puede subirse toda la fauna
sin distinción de ningún tipo...

una barca

en la que soportar
el diluvio

de la
ignorancia

afectiva,
intelectiva,
perceptual...

una barca
que nos salve,

que nos repliegue
en la imaginación,

que
nos
otorgue
fe

como un lamparón
imperecedero

en el pecho...

cuando
eso haya
ocurrido,

que la barca
se deshaga,

que
las palabras

vuelvan
al lugar

desde
el que se
proyectan...

(es
cansador
para ellas

asumir
la titánica
tarea...)

y toda
la fauna,

sin distinción
de ningún tipo,

alcance
la paz...

el club de sus amores

cuando él insultó
al club de sus amores,

ella respondió:

"Te insto a no agraviar libre y desprejuiciadamente mi Dharma... No por mí, que aprendí a poner la otra mejilla, sino por vos... No es grato para nadie andar insultando las pasiones de los demás... Hoy voy a pedirle al Señor que te otorgue discernimiento, pero, mi compatriota, vas a tener que trabajarlo un poco vos también..."

él,

que 30 segundos atrás
era un barrabrava enfático,

se transformó
en un niño manso

y no comprendió
si se trató

de un conocimiento
extraordinario

o si apenas fue
un destello

del poder
de lo femenino...

martes, 11 de febrero de 2014

El policía

Acaricia la culata del arma y su funda. Fantasea con desnudarla, imagina tiros certeros, sangre de delincuentes.

Resguardado de la lluvia, en una estación de servicio, se parodia a sí mismo y a la totalidad de los uniformados. Tiene un marcado sobrepeso. ¿Cómo podría alcanzar a un criminal? Parece poco posible...

El, resguardado, coquetea con la empleada de la estación, que no sé si por entretenimiento, conveniencia o convicción, ríe sus comentarios socarrones y se queja del trabajo que le tocó en suerte.

De pronto entra un pibe con rastas, él posa la mano derecha sobre el arma, pero esta vez la apreta, listo para desenfundar. El rasta compra un chocolate, él apreta más fuerte, el rasta saluda cordialmente a la empleada y se retira, él relaja los músculos y sigue al rasta con los ojos. Se quiere asegurar que solo haya sido un chocolate. Mira a la empleada. Sonríe. Hace ojitos ridiculizando la frondoza cabeza del amable rasta. El, muy pelado, no da entidad al acontecimiento cultural. Pichulea un café. Sueña el acto heroíco y el reconocimiento de toda la comisaria.

Sale a la calle. Está lleno de miedo. Acaricia el arma. Se me ocurre que es un tipo peligroso. Se me ocurre que sus frustraciones pueden matar a quemarropa. Se me ocurre que vio muchas películas de acción y se embaló mal. Se me ocurre es un error de la sociedad. Se me ocurre que es un fantasma de nuestro propio mal obrar.  

La íntima armonía y el guiso universal

evoco la íntima armonía
para navegar el caos...

por eso dejarse impregnar,
por eso brindarse...

el cuerpo,
el espíritu,

actúan
fusionados...

eligen la acción
por sobre la inacción,

están fértiles,
activos,

y
a la vez
a la espera...

¿de qué?

de la primavera

que viene 

a representar
la vez primera

que te ví,

en la que 
el sol
se fundió
con mi Sí...


evoco
desde el pecho

la fuerza
para afrontar

la misión
de integrar

todo 
con 
todo...

hay 
que ceder...

que no es
a retroceder...

ceder,
dar lugar,

otorgar
la posición,

mediante
la superación

del reducto
individual...

alcanzar
esa experiencia,

revestida
de transcendencia,

dejar
la carcel
del yo

para poder
ser condimento
del guiso universal

que solo
se puede cocinar
en la medida que
nos dejemos
mezclar,

que 
salga
el jugo

para
componer 
algo más

a fuego
lento

jugo
de la reciprocidad,

del intelecto,
del afecto,
de la espiritualidad...

el guiso
universal

(que rige la norma
de todos los guisos
que cotidianamente
se engullan 
en cualquier hogar)


no conoce 
de purismos,

consiste
en la fundición
 
de todos
los condimentos

habidos
y por haber...

es decir,

los condimentos

predispuestos,

de toda temporalidad...

los que pudieron

sacar

su jugo,

los que quisieron,

los que se preguntaron,

lo que intentaron,

y comenzaron

a hurgar

en una intuición

tan alejada

de la educación 

convencional...

nada de esto
nos enseñaron 
en la escuela...

tuvimos
un seminario
de gastronomía

y nadie nos dijo
nada del guiso
universal...

nadie
nos advirtió
de nuestra
condición

de
potenciales
condimentos...

nadie lo dijo
y qué lamento...

yo 
yo yo,

decía 
la profesora...

 y nosotros
la estábamos
viendo

presa
de sí misma

queriéndonos
enseñar
a cocinar...
evoco
la íntima
armonía,

aquella
que va a
evaporar

toda ilusión
restrictiva,

toda niebla
integral...


lunes, 27 de enero de 2014

El oriental

Tenía los ojos amplios, la piel parda, tarareaba canciones y movía los pies. El flequillo daba cuenta de cierta rusticidad de carácter, pero la terminación volada le otorgaba la ingenuidad de un niño que redescubre paulatinamente las condiciones a las que lo somete el mundo. Aparecía esporádicamente por casa. Nosotros, una asentada caravana, estamos en contacto permanente. Nuestros destinos estaban enlazados de antemano. Fue el tiempo el que dio paso a que acontezca lo preestablecido. Pero el oriental era particular... Como un pájaro que se acerca a juguetear, al rato vuela, se pierde y desvela, planea haciendo dibujos, llenando el cielo de siluetas, conociendo nuevos pelajes. Habiendo atravesado patios y patios, habiendo incorporado cantos y cantos, produce una síntesis técnico-temperamental. Así era él. Cuando aparecía representaba la condensación de todas las aventuras que había vivido desde su última aparición.

Esa tarde estábamos amasando pizza y entró. Abrió la reja y vino para el fondo. Tenía dos botellas con jugo de manzana. Nos ofreció. Tomé un trago y sentí el dulzor como un canal expandiéndose a lo largo y a lo ancho de mi cuerpo. Preguntó si podía sumarse a la cena. Dijimos que sí. Preguntó si faltaba comprar algo y se ofreció para esa tarea. Hicimos una lista. Volvió a los cuarenta y dos minutos. Practicó la minuciosidad a la hora de elegir las verduras.

Prendí el fuego. El oriental se acercó y me alcanzó una reposera. Me preguntó si quería tomar algo. Un vaso de cerveza, dije. Volvió con un vaso dorado para mí y con uno tinto para él. Se sentó. Con una ramita empezó a golpear el caño de su reposera sugiriendo un chamamé. Con la boca imitó el sonido de un acordeón. Pablo, Luisa, el Tano, Joaco, Emilia, Tito e Inés, acudieron también al llamado del fuego.

Se hizo de noche. El cielo y los árboles se oscurecieron. Las pizzas salieron doradas y bien proporcionadas. Comimos en silencio. La mayoría tirados sobre una manta.

Haciendo la sobremesa, Luisa pregunta al oriental:

- Che, ¿es verdad que te decimos así, porque de chico, cuando reías amplio tu cara se transformaba en un monedero doble?

- No.

- Ah, yo creía que sí.

- Creías errada, Luisita.

El Oriental sacó un cigarrillo.

-
Que enciendan
que iluminen la conciencia
con su don

las flores
que habitaron
mi jardín

resplandeciendo
en un sudor
lleno de libertad.


Lo prendió. Cuando la punta estuvo naranja se lo dió a Luisa que lo pitó y lo echó a rodar. Uno a uno pasaron a sudar resplandecientes. El impacto del viento se tornó gozo. La mentes empezaron a flamear.

Tito y Emilia dieron lugar al canto. Inés los fue a acompañar. Sacó la guitarra, empezó a rasguear un ritmo deforme, de extraña tonalidad. Tito dijo que iba a cantarle a la noche a modo de saludo y nos invitó a participar, si lo creíamos oportuno.


- noche,
tu apertura,

en vos me arrojo
a buscar

cartas del futuro,

debilidad,

siento
que
en vos

puedo
encontrar
mi tonalidad
cromática

así como puedo
envenenarme
la piel

con tu fiebre
rapaz,

con la muerte
engulladora

en uno
de sus millones
de disfraces,

te pudre,

noche,

hoy,

conociendo
expectante
tu infinidad,

con respeto
te habito,

con devoción
te saludo,

en tí
voy a templar
mi ritmo

para sentir
un tiempo

que al reloj
le represente

un espejismo,
un holograma,

un fantasma,

que me habite
ese fantasma

y así
descansar

en tu negro
tronar.

aguuuuuuuuuu
aguuuuuu
aguuuuuuuuuuuuuuuu

uuuuuuuu

uuuuuuuuuuuuu


Ladró como un perro en reiteradas oportunidades, buscando la nota. Fue bajando el volúmen. Inés empezó a rasguear una chamarra. (Ella tenía la convicción que si su mente alcanzara la plena concentración el universo entero bailaría al son de sus uñas. Que por un momento todo se ordene a partir de su proposición). Del esmero se generó una ola sonora, y, sus amigos, desbordantes, llevaron el cuerpo en esa ola. El oriental sintió la energía erradiando de Inés. Cerró los ojos él también. Vio la espalda de una morena de trenzas. Una espalda contrastante del vestido celeste. Se movía lenta. Los homoplatos parecían haber adquirido independencia. Los músculos levemente activos y un bamboleo incesante. El oriental se paró, y, siempre con los ojos cerrados, se puso a danzar con el afán de acompañar dignamente a la morena de su pensamiento. Vio los pies. Descalza hacía un movimiento corto, casi imperceptible. Con la cadera marcaba golpes definidos. Punto y contrapunto cohabitando su cuerpo. El oriental se volvió digno de acompañar a la morena. Sus danzas se complementaban. ¡Qué lindo se lo veía al oriental! Como solo, pero tan acompañado. Los ojos de casi todos estaban posados en ellos. De pronto, el rasguido paró. La morena se deshizo, dejando en la cabeza del oriental un bordado celeste. Casi todos vieron el desvanecimiento de la acción. Inés respiró satisfecha por intentar generar una vez más el baile cósmico.


- ¿Te dicen oriental porque hacías Kung Fu cuando los demás jugaban al fútbol?- preguntó Luisa

- Nunca fui a Kung Fu y juego al fútbol regularmente.

- ¿Entonces por qué?

- Mi tio empezó con eso de oriental. Cuando era chico veraneaba con él en La Lucila. Todos los días me sentaba a meditar en la orilla del mar, o bien, adentro. Mi intención era dotarme de su energía imperecedera para andar aureático y salado. Ese tipo de gestos le llamaron la atención desde el principio. Cuando empecé a hablarle de la trascendencia del ego a través del pensamiento no dual, de la sílaba sagrada Om, del Ying-Yang, ahí corrió la bola que era oriental. El decía que a mí me había traído una grulla de Nepal. Un día sostuve: "Me agradaría ser un oriental en occidente, seguiría la naturaleza del principio superior: ser la gota de luz que habita toda oscuridad, o bien, el punto oscuro que habita toda luminosidad." A lo que mi tío respondió: "Al principio creí que eran delirios míos, pero sos tan oriental como las alfombras mágicas". Así seguí afrontando lo ilusorio, intentando ordenar armónicamente los elementos, tratando de ir más allá del mundo de los nombres y de las formas, añorando lo real como una esencia salvadora que va  a brillar en el centro del corazón por obra de la mente.

- Pensé que era por los ojos de monedero pero te trajo una grulla de Nepal- respondió Luisa.

Todos empezamos a cantar a coro.

- Oriental
oriental,

punto en la luz,
gota en la oscuridad,

oriental,
oriental,

llanto en la risa,
risa en el llanto,

oriental,
oriental,

luna en el sol,
sol en la luna,

oriental,
oriental,

silencio en la voz,
voz en el silencio.


Tito sacó un cigarrillo.

- Los invito a degustar el amor de mi jardín. Propone un ser servicial que otorgue los frutos al almacén de la comunidad.

Lo prendió y me lo pasó. Pité dos veces y lo pasé. Sentí mi conciencia expandirse. Inés agarró la guitarra sigilosa. Sonó un aire de samba. Música de sufrimiento y celebración. Tito y Emilia jugaron coros. Inés cerró los ojos. Fue a buscar su propia síntesis universal. La muñeca y el sentimiento empezaron a moverse más. Volcó su fe, creyó más y más. Súbitamente se llenó de paz. Abrió los ojos. Lo había logrado. Vio danzar al universo. Gozó ver las partes y la totalidad de las partes referenciándose en su muñeca, inundados del temperamento de la samba: el fuego y nosotros flameando coreografeados por del cielo, donde las estrellas montaban nubes, atravesándolo a lo largo y a lo ancho. El pasto estirándose y contrayéndose. Todos los corazones del mundo como maracas acorazadas preservándose del dolor. Los pensamientos dañinos volviéndose transpiración, evaporándose.

Inés fue bajando el volúmen lentamente... Para cuando hizo silencio, todos estuvimos sentados, en silencio, asimilando la experiencia... Todos menos el oriental. Había desaparecido. Nos debatimos si se había ido con la morena de su pensamiento o si lo había pasado a buscar la grulla.

Esa fue la última vez que lo vimos. Cada vez que nos juntamos a comer espero que aparezca. Pero eso no ocurre. Me invaden a la vez paciencia y desesperación. Siento a la vez congoja y entusiasmo. Ya va a aparecer, ya se mostrará representando la condensación de las aventuras vividas desde la última aparición.